Una noche fría y tranquila de diciembre, en la que la oscuridad parecía cantar a los cuatro vientos que era una época de amor y paz; la montaña traviesa acogía a los árboles, arbustos y algunos animales dignos de habitar en ese momento, en ese espacio, en ese tiempo.
Pero más arriba, donde el viento transita sin preocupación al igual que los astros, los planetas, el sol y la luna, es el espacio en el cual las estrellas bailan, ríen, conversan juntas, felices y esperan la NocheBuena en la que brillarán más que nunca.
—Tenemos que estar listas —se decían una a la otra.
—El tiempo se agota y la gente quiere ver nuestro fulgor.
Por fin la Noche Buena llegó y las estrellas brillaban como nunca, pero su fulgor no era suficiente para cubrir el momento y justo en ese instante, apareció la luna llenando todo de un brillo azul que reactivó los sentidos más secretos. En ese día tan especial la gente se tomó un instante para observar a la luna, se asomaban por las ventanas, salían de sus casas y disfrutaban aquel paisaje maravilloso. Las estrellas molestas con la luna y su fulgor, comenzaron a tramar algo.
—Yo creía que era nuestra noche.
—¡Y lo era!, hasta que llegó la luna.
—Pero no es tan magnífica como ella piensa.
La luna contenta brilló cada vez más y se sintió satisfecha de que las personas disfrutaran su noche de paz, iluminados por ella.
La familia Hernández estaba encantada de observar el espectáculo y rebosaban de alegría, en el patio de su casa inició la cena entre risas, pláticas y canciones.
La luna observaba atenta y curiosa y se alegró de ver aquella familia feliz. Una de las estrellas se dio cuenta que mientras más tranquila y contenta estaba la luna, alumbraba más y decidió acercarse a ella.
—Luna, ¿por qué estás tan contenta si no tienes a nadie y sola estás? En cambio, las estrellas somos muchas, como una gran familia y nos tenemos unas a las otras.
—Pero podemos ser amigas —contestó la luna.
—Me encantaría ser tu amiga, pero luces diferente y extraña eres.
—Podría ser como ustedes.
—Date cuenta que no podrías ser como nosotras, aunque así lo desearas.
La luna pensativa, triste y sola se quedó, su fulgor se fue desvaneciendo poco a poco. Las estrellas estaban contentas pues de ahí en adelante ellas alumbraron la noche y así la Navidad terminó.
El año pasaba lentamente y a la luna no se le veía más. La gente la extrañaba, pero ella se escondía porque su brillo había desaparecido. Muchas veces trató de hacer amistad con las estrellas, les llevaba presentes, intentó vestirse como ellas, pero era muy grande y nada le quedaba.
—Ya viste a la luna
—Trata de ser como nosotras y lo único que hace es dar pena ajena.
La luna al ver que las estrellas no la aceptaban, intentó comunicarse con el sol.
—Sol, imponente y majestuoso ¿podrías ser mi amigo?
—258 mil explosiones, la distancia de la tierra, no, así no es. 358 mil explosiones…
El sol nunca le respondió, era tan inteligente y ensimismado en sus pensamientos que no tenía tiempo para nadie más. Entonces intentó hablar con la tierra.
—Tierra hermosa, ¿quisieras ser mi amiga?
—No puedo, tengo comezón todo el tiempo, sólo pienso en eso. ¡Maldita comezón!, 5 mil años y esta comezón no se me quita.
La tierra, aunque platicar deseaba, no podía, su enfermedad la arrasaba.
—Cometa… ¡eh!...
El cometa por su parte nunca se detenía.
—Deseo tanto una familia, deseo alguien para platicarle mis sueños y emociones.
Tanto era su deseo, que decidió tener un hijo, pero recordó que no podía porque el universo al convertirla en luna le dijo:
—Serás grande y bella, pero no podrás tener hijos.
Y ella aceptó.
Entre sollozos y lágrimas, recordó la imagen de la familia Hernández, la cual rebosaba de alegría aquella Noche Buena y su felicidad parecía infinita.
—Si no puedo tener un hijo, al menos desearía una amistad, una compañía, alguien con quien platicar.
La familia Hernández tenía cinco hijos, el menor era un bebé que siempre miraba la luna; la leyenda dice que si un bebé mira directamente a la luna y la nombra mientras la ve, entre los dos se forma un vínculo muy especial. Así, entre balbuceos y sonidos el pequeño le otorgó su primera palabra.
—¡Luna!
Sorprendida, bajó lentamente y en completa oscuridad, sin pensar en nada más, se lo llevó, aunque sabía que no era correcto. Además, lanzó un hechizo para que la familia no recordara al integrante más pequeño. Los papás no se dieron cuenta puesto que luna no alumbraba.
Y nuevamente el invierno arribó. La luna alumbraba más que nunca, el niño reposaba en la cuna menguante, contento y risueño. Las estrellas no entendían cómo eso era posible.
—¡La luna brilla nuevamente!
—¡No quiero que nos opaque!
—Luna, dime ¿cómo has hecho para brillar otra vez?
La Luna en fase menguante se acercó a las estrellas y llevaba al bebé.
—¡Pero tú no puedes tener un bebé! —contestaron al unísono las estrellas y la luna se alejó.
Era Noche Buena, una vez más y la luna estaba deseosa de alumbrar a las familias. Las personas salían para deleitarse de ese fulgor maravilloso, pero la casa de la familia Hernández no tenía sus luces encendidas. Curiosa, ansiosa la luna se acercó y mal se sintió, porque no había comida preparada, ni sillas en el patio, ni árbol de Navidad. La alegría de la familia había desaparecido y en la recámara la mamá estaba recostada con la mirada perdida. La luna no podía creer que extrañaran al bebé, se preguntaba cómo era posible si ella los había hecho olvidar.
En ese instante la madre se levantó, se acercó a la ventana y observó directamente a la luna, mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas. La luna se sintió triste, avergonzada porque había actuado de manera egoísta, tomó forma humana y descendió entregando al bebé. La madre molesta le arrebató al niño.
—¡Vete de aquí! —dijo la madre.
—Estoy avergonzada por mi acción, ¡perdóname!
La madre cerró la ventana, estaba furiosa, pero a la vez tranquila de tener de vuelta a su bebé.
La Luna afligida, apenada, lloraba y lloraba por no tener a nadie, por haber hecho tal acción, por no tener el perdón ni el calor de aquel bebé.
—Luna, ya no brillas —dijo la estrella.
—¿Luna, qué sucede?
—¡Luna, luna!...
La Luna no contestó, el brillo se debilitó, su angustia se esfumó y la muerte llegó.
—¡Luna, luna, contesta! —la estrella le habló una y otra vez.
—Luna, por favor, reacciona.
Miles de estrellas se acercaron, pero era inútil, todo estaba perdido. La estrella más pequeña descendió suavemente al patio de la familia Hernández y se encontró a la madre.
—Señora, perdone a la luna, no fue su culpa, nosotras la rechazamos, nadie tenía tiempo de hablar con ella, se sintió sola, triste y tomó a su bebé. Perdónela o será demasiado tarde.
—¡Pero la soledad que yo sentía al no tener a mi bebé, era indescriptible!
—Lo sé señora, pero todos cometemos errores y siempre necesitamos una segunda oportunidad.
—Pues esta vez, eso no va a ser posible.
Otras estrellas bajaron del cielo, el patio de la casa de la familia Hernández se iluminó. La madre estaba sorprendida, todas las estrellas le pedían que perdonara a la luna. En los brazos de la madre el bebé miraba directamente al cielo oscuro, levantó su brazo y señaló diciendo.
—Luna.
—Mi hijo la quiere.
—Sí, él la quiere, por favor, señora, ella está agonizando, podría morir.
—¡Yo no quiero que pase eso!, es una época de perdonar.
—Hable con ella.
—Pero, ¿cómo?
—Hable directamente al cielo y ella la escuchará.
—Luna hermosa, sin tu luz la noche sería oscura y terrorífica, te perdono porque ahora sé que te sentías sola, pero no te preocupes, tienes en nosotros a una familia.
El bebé pronunció de nuevo su nombre.
—Luna… luna.
Y la Luna creció tan redonda, brilló como nunca lo había hecho y fue así como nació la primera luna llena.