Esto que quiero compartir puede sonar fuera de contexto y para muchos una tontería, es algo que me distrae constantemente en mis deberes de escritura. Tengo dos gatos que amo y adoro con todo mi corazón, de hecho, no me gusta tener mascotas porque me apego tanto, que cualquier cosa que les pasa, me pongo tan triste que a veces la tristeza me dura varias semanas.
Te comparto que he tenido cuatro mascotas en toda mi vida. La primera se llamaba Grecia era una gata blanca ,coqueta e impresionantemente hermosa, tenía unos ojos azules que me hacían sentir mucha paz.
Grecia siempre se subía al sillón que daba a la entrada de la casa y me esperaba paciente a que llegara o en este caso presentía que iba a llegar. Siempre andaba conmigo para todos lados y si se acostaba con uno de mis hermanos mientras me bañaba, cuando salía inmediatamente se paraba para ir junto a mí. En las noches le gustaba acurrucarse en mi cuello.
Después me mudé a la ciudad de Cuernavaca y aunque ya le habíamos puesto vacunas, nunca las reforzamos, me acuerdo perfecto de ese día trágico. Me fui dos días al Distrito y cuando regresé, la vi en la barda de la casa donde le gustaba asolearse, pero esta vez sentí algo extraño, como si sus ojitos me dijeran “no te vayas”. Por alguna razón tenía que ir con mi mamá de nuevo al D.F, y aunque me fui preocupada no pensé que fuera algo grave. Le dije a mi hermana que por favor la cuidara. La realidad es que nadie cuida a tus mascotas mejor que uno mismo. Al regresar la vi en el mismo lugar que la dejé, en la esquina de la barda, pero no se movía y aún con su dolor me escuchó y abrió sus ojitos azules, pero estaba respirando tan rápido, que al llegar al hospital el doctor ya no pudo hacer nada. El veterinario me vio tan mal que no me quiso cobrar. Cuando llegué a casa saqué su cuerpecito frágil y sin vida, lloraba sin parar, aún ahorita que escribo esto, lloro de tan sólo acordarme. Perdí en tres días 2 kilos de pura tristeza. La enterré en una maceta de la casa de mi mamá en donde estaba todos nuestros animalitos y ahí descansó.
Mi segundo animal se llama Duque y digo se llama, porque aún esta con vida, también le digo Duquecito. Este perrito chihuahua llegó a mi vida en el momento justo, regresé después de dos años de vivir en Estados Unidos. Me costó trabajo adaptarme a México, porque me enfrenté a una realidad totalmente diferente, desde los sueldos que son menores, hasta la forma de vida. La verdad cuando me fui nunca pensé en ahorrar para mi regreso porque no era mi plan. Lo que deseaba era viajar y eso fue lo que hice, cuando regresé creí que iba a ser más fácil conseguir trabajo y comprar un auto, pero no fue así, tanto que apenas hace dos años compramos uno. Aunque eso sí, andaba en motoneta, porque para eso me alcanzó. Duque siempre estuvo conmigo, cuando llegaba de trabajar me esperaba detrás de la puerta moviendo su colita y me llenaba de besos, también estuvo presente cuando me enamoré de mi esposo y aunque fue celoso al principio al final se acostumbró.
Es friolento y en la noche se metía entre las colchas y ahí se acurrucaba, de hecho, cuando me levantaba, Duque se quedaba acostado hasta que el sol empezaba a calentar. Siempre lo llevaba cargando le ponía su ropa de frío y para todos lados estaba conmigo.
Un día sin querer alguien dejó la puerta abierta y se salió, empezó a llover tan fuerte y aunque lo busqué no lo pude encontrar. Mi esposo que en aquel tiempo era mi novio me vio llorar a garganta partida y aunque hoy en día todavía se ríe porque al llorar le decía “¡Es que se fue sin comer!” Tengo una imaginación tan vivida que lo veía acostado en un charco, mojado y temblando y eso me dolía tanto, que por lo mismo no paraba de llorar.
Cuando me junté con mi esposo no me lo llevé, porque al lugar a donde nos fuimos no era propicio para él. Lo intenté unos días, pero no tenía patio y el lugar era muy frío, no estaba en todo el día, no era justo para Duquecito. Una veterinaria me recomendó regresarlo a casa de mi mamá porque lo vio triste y era porque extrañaba a su parejita. Cuando lo regresé confieso que me sentí más tranquila, porque lo vi disfrutando de su patio, algo que no podía hacer en donde vivía. Sé que no lo tienen tan consentido como yo, pero esta bien y no lo saqué de su hogar. Y aunque a veces pienso en llevármelo, creo no es buena opción. Así que Duquecito sigue en la casa de mis papás y toma el sol todos los días, cuando lo visitó lo abrazo y le doy mimos. Ya está viejito como su pareja, los dos chihuahuas siempre se acurrucan para dormir juntos.
Mi último animal se llama Mike y es un gato negro de bruja como lo llamo. Llegó después de pedirlo durante dos años con esta frase que repetía una y otra vez “quiero un gato negro”. Cuando por fin acordamos que sí, Mike llegó un 15 de septiembre y lo escogí de dos hermanitos de color negro, ahora me arrepiento de no tomar a los dos. La casa en la que vivía Mike estaba en el Distrito, la señora tenía más de 20 gatos en un apartamento, no los dejaba salir y tampoco les ponía vacunas, no los castraba o esterilizaba y por ende se reproducían continuamente. Mi cuñada que fue la que me lo trajo, después de un tiempo me dijo que no sabía qué había pasado con los gatos, ya que la señora falleció y de pronto los gatos no estaban. Es triste saber que aún no hay cultura para tener animales, estaría genial una ley para que la gente que quiere animales pague un impuesto, porque la situación en México esta fuera de control.
El Maya llegó en la misma fecha por ende tienen la misma edad, pero no era mi gato, era de mi vecina. Siempre me lo encargaba cuando se iba de vacaciones y llevaba a Mike, los dos se adoptaron como hermanos. Después de un tiempo El Maya se empezó a quedar con nosotros más que con sus dueños. Cuando me mudé de casa no me iba a ir sin él, así que fuimos a su pedida de pata y su ex dueña accedió diciendo “Maya es más tuyo que mío”. De esa manera ya tenía otro animal.
Ahora soy la loca de los gatos y no por tener tantos, es porque en sus salidas los cuido tanto que, si tardan más de tres horas, la búsqueda comienza. Ahora sé que no es lo mejor dejarlos salir, pero los acostumbré desde pequeños. La veterinaria me comentó que cambiar su rutina puede ocasionar estrés, así que los dejo salir, pero vigilados.
Y esta es la razón por la cual me distraigo constantemente, porque ando al tanto de mis gatos.
Soy tan apegada y me dolería mucho si algo les llegara a pasar.
¿A ti te pasa lo mismo?
Esto que quiero compartir puede sonar fuera de contexto y para muchos una tontería, es algo que me distrae constantemente en mis deberes de escritura. Tengo dos gatos que amo y adoro con todo mi corazón, de hecho, no me gusta tener mascotas porque me apego tanto, que cualquier cosa que les pasa, me pongo tan triste que a veces la tristeza me dura varias semanas.
Te comparto que he tenido cuatro mascotas en toda mi vida. La primera se llamaba Grecia era una gata blanca ,coqueta e impresionantemente hermosa, tenía unos ojos azules que me hacían sentir mucha paz.
Grecia siempre se subía al sillón que daba a la entrada de la casa y me esperaba paciente a que llegara o en este caso presentía que iba a llegar. Siempre andaba conmigo para todos lados y si se acostaba con uno de mis hermanos mientras me bañaba, cuando salía inmediatamente se paraba para ir junto a mí. En las noches le gustaba acurrucarse en mi cuello.
Después me mudé a la ciudad de Cuernavaca y aunque ya le habíamos puesto vacunas, nunca las reforzamos, me acuerdo perfecto de ese día trágico. Me fui dos días al Distrito y cuando regresé, la vi en la barda de la casa donde le gustaba asolearse, pero esta vez sentí algo extraño, como si sus ojitos me dijeran “no te vayas”. Por alguna razón tenía que ir con mi mamá de nuevo al D.F, y aunque me fui preocupada no pensé que fuera algo grave. Le dije a mi hermana que por favor la cuidara. La realidad es que nadie cuida a tus mascotas mejor que uno mismo. Al regresar la vi en el mismo lugar que la dejé, en la esquina de la barda, pero no se movía y aún con su dolor me escuchó y abrió sus ojitos azules, pero estaba respirando tan rápido, que al llegar al hospital el doctor ya no pudo hacer nada. El veterinario me vio tan mal que no me quiso cobrar. Cuando llegué a casa saqué su cuerpecito frágil y sin vida, lloraba sin parar, aún ahorita que escribo esto, lloro de tan sólo acordarme. Perdí en tres días 2 kilos de pura tristeza. La enterré en una maceta de la casa de mi mamá en donde estaba todos nuestros animalitos y ahí descansó.
Mi segundo animal se llama Duque y digo se llama, porque aún esta con vida, también le digo Duquecito. Este perrito chihuahua llegó a mi vida en el momento justo, regresé después de dos años de vivir en Estados Unidos. Me costó trabajo adaptarme a México, porque me enfrenté a una realidad totalmente diferente, desde los sueldos que son menores, hasta la forma de vida. La verdad cuando me fui nunca pensé en ahorrar para mi regreso porque no era mi plan. Lo que deseaba era viajar y eso fue lo que hice, cuando regresé creí que iba a ser más fácil conseguir trabajo y comprar un auto, pero no fue así, tanto que apenas hace dos años compramos uno. Aunque eso sí, andaba en motoneta, porque para eso me alcanzó. Duque siempre estuvo conmigo, cuando llegaba de trabajar me esperaba detrás de la puerta moviendo su colita y me llenaba de besos, también estuvo presente cuando me enamoré de mi esposo y aunque fue celoso al principio al final se acostumbró.
Es friolento y en la noche se metía entre las colchas y ahí se acurrucaba, de hecho, cuando me levantaba, Duque se quedaba acostado hasta que el sol empezaba a calentar. Siempre lo llevaba cargando le ponía su ropa de frío y para todos lados estaba conmigo.
Un día sin querer alguien dejó la puerta abierta y se salió, empezó a llover tan fuerte y aunque lo busqué no lo pude encontrar. Mi esposo que en aquel tiempo era mi novio me vio llorar a garganta partida y aunque hoy en día todavía se ríe porque al llorar le decía “¡Es que se fue sin comer!” Tengo una imaginación tan vivida que lo veía acostado en un charco, mojado y temblando y eso me dolía tanto, que por lo mismo no paraba de llorar.
Cuando me junté con mi esposo no me lo llevé, porque al lugar a donde nos fuimos no era propicio para él. Lo intenté unos días, pero no tenía patio y el lugar era muy frío, no estaba en todo el día, no era justo para Duquecito. Una veterinaria me recomendó regresarlo a casa de mi mamá porque lo vio triste y era porque extrañaba a su parejita. Cuando lo regresé confieso que me sentí más tranquila, porque lo vi disfrutando de su patio, algo que no podía hacer en donde vivía. Sé que no lo tienen tan consentido como yo, pero esta bien y no lo saqué de su hogar. Y aunque a veces pienso en llevármelo, creo no es buena opción. Así que Duquecito sigue en la casa de mis papás y toma el sol todos los días, cuando lo visitó lo abrazo y le doy mimos. Ya está viejito como su pareja, los dos chihuahuas siempre se acurrucan para dormir juntos.
Mi último animal se llama Mike y es un gato negro de bruja como lo llamo. Llegó después de pedirlo durante dos años con esta frase que repetía una y otra vez “quiero un gato negro”. Cuando por fin acordamos que sí, Mike llegó un 15 de septiembre y lo escogí de dos hermanitos de color negro, ahora me arrepiento de no tomar a los dos. La casa en la que vivía Mike estaba en el Distrito, la señora tenía más de 20 gatos en un apartamento, no los dejaba salir y tampoco les ponía vacunas, no los castraba o esterilizaba y por ende se reproducían continuamente. Mi cuñada que fue la que me lo trajo, después de un tiempo me dijo que no sabía qué había pasado con los gatos, ya que la señora falleció y de pronto los gatos no estaban. Es triste saber que aún no hay cultura para tener animales, estaría genial una ley para que la gente que quiere animales pague un impuesto, porque la situación en México esta fuera de control.
El Maya llegó en la misma fecha por ende tienen la misma edad, pero no era mi gato, era de mi vecina. Siempre me lo encargaba cuando se iba de vacaciones y llevaba a Mike, los dos se adoptaron como hermanos. Después de un tiempo El Maya se empezó a quedar con nosotros más que con sus dueños. Cuando me mudé de casa no me iba a ir sin él, así que fuimos a su pedida de pata y su ex dueña accedió diciendo “Maya es más tuyo que mío”. De esa manera ya tenía otro animal.
Ahora soy la loca de los gatos y no por tener tantos, es porque en sus salidas los cuido tanto que, si tardan más de tres horas, la búsqueda comienza. Ahora sé que no es lo mejor dejarlos salir, pero los acostumbré desde pequeños. La veterinaria me comentó que cambiar su rutina puede ocasionar estrés, así que los dejo salir, pero vigilados.
Y esta es la razón por la cual me distraigo constantemente, porque ando al tanto de mis gatos.
Soy tan apegada y me dolería mucho si algo les llegara a pasar.
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